...con el corazón, la mirada cómplice y la palabra silenciosa, el aspersor de estrellas esboza una constelación...

jueves, 29 de septiembre de 2011

Sobreviviente

La mujer se aferró a ella, 
para ser una mujer de edad avanzada, 
la fuerza de su convicción era descomunal, 
la retenía como si se estuviera disolviendo en el viento, 
como si se tratara de una gota de lluvia caída que, 
tras un poco de calor,
 lentamente se evapora. 
Sus manos estaban surcadas por el tiempo, 
un anillo viejo brillaba en su dedo anular izquierdo, 
le apretaba. 
Temblaba a causa del esfuerzo, 
en sus ojos delirantes se olía el miedo, 
el hambre,
la pérdida de la esperanza,
y la tristeza penetrante. 
No quería dejarla ir, 
aquellos encuentros no eran comunes,
pero perdía la fuerza, 
le ganaba el peso de sus cicatrices,  
algunas invisibles en sus entrañas, 
otras más visibles en su sexo, 
en la mejilla izquierda y en su cabeza, 
donde no le salía más aquel hermoso cabello negro. 
Le sofocaba la soledad. 
Esa que le rondaba en su casa vacía, 
vacía de risas, vacía de palabras, 
vacía de comida y de reconciliación. 
Esa soledad que le perseguía por los campos sembrados de maíz, 
por las orillas del río y por los rincones más oscuros de su mente, 
en sus sueños. 
Recuperó su fuerza, 
tras quitarse de la cara los mechones de espeso pelo negro, 
con algunos hilos plateados. 
Logró atraerla a su pecho por un instante. 
Por un segundo fue feliz con ella.
Las lágrimas querían caer, 
trataba de decirle algo mas de su boca no salía otra cosa que un suspiro extraño. 
Aunque seguía aferrada a ella, 
no soportaba su cercanía constante. 
Le carcomía la poca vida que le quedaba. 
Resignada,
ante aquel dilema,
 la dejó partir... 
La memoria, 
muda, 
escurridiza,
y con añadidos mentirosos,
abandonó nuevamente un alma no sanada,
violentada,
en aquel horrible y olvidado conflicto.